CACAO, EL FINO AROMA DE NUESTRA IDENTIDAD (EXPOSICIÓN DIGITAL)



Fue en la Amazonía ecuatoriana donde se preparó la primera bebida de cacao del mundo hace más de cinco mil años. De ello dan fe las botellas de cerámica encontradas en un enterramiento de la cultura Mayo-Chinchipe en Santa Ana-La Florida, en la provincia de Zamora Chinchipe. Ellas habían guardado vestigios de cacao que, junto a otros —de almidón de maíz, yuca, camote, papa china, ají—, hacían parte de las ofrendas alimenticias con que se enterraba a los muertos. 


Relatan los cronistas que en México, por ejemplo, Hernán Cortés recibió, como ofrenda de bienvenida, armas, telas y sacos de unas “habas oscuras” que, en la sociedad azteca, servían a la vez de moneda y de producto de consumo, y que fue él quien envió el primer cargamento de cacao a España en 1524.


La Corte española mantuvo en secreto, durante un siglo, la preparación de la bebida de chocolate que entonces solo deleitaba el paladar de la realeza europea. La iglesia prohibió su consumo porque era bebida de cortesanas y casas de tolerancia. Y no fue sino cuando las manos benditas de unas religiosas le añadieron dulce y vainilla al chocolate, que la bebida llegó a la humilde mesa de los mortales, haciendo que se desbordara la demanda de la “pepa de oro”.

Para fines del siglo XIX e inicios del XX, Ecuador se convirtió en el mayor exportador mundial de cacao. Proliferaron las haciendas cacaoteras, que florecieron con mano de obra barata y explotada de la Costa y de la Sierra. Con el boom cacaotero se fueron consolidando grupos familiares que amasaron grandes fortunas. Construían sus casas de hacienda con las más nobles de nuestras maderas, llenándolas de tapices franceses, gobelinos italianos y vajillas inglesas de porcelana. Importaron a Vinces, en la provincia de Los Ríos, varias de las costumbres europeas, desde la moda hasta la gastronomía, a tal punto que esa pequeña localidad fue rebautizada de “París chiquito”. De los “gran cacao” les apodó la gente.



Pero no todos los cuentos tienen un final feliz. “La escoba de bruja” y “la monilla” —dos atroces plagas que se apoderaron de las plantaciones cacaoteras—, además de los impactos de la II Guerra Mundial, mermaron enormemente la producción de la “pepa de oro”. Francia, Inglaterra y Holanda empezaron a sembrarla en sus colonias en África y los “gran cacao” dejaron de ser tales. Hoy, el “alimento de los dioses” está en manos de muchas familias con pequeñas extensiones de terreno y Ecuador no solo es el mayor productor de cacao fino de aroma —una de las variedades más apreciadas en el mundo, cuyos usos y saberes bien pueden ser considerados como un patrimonio intangible del país— sino que una pujante industria del chocolate que ha emergido en años recientes va atesorando, firme y sostenidamente, premios y reconocimientos mundiales. 

Esta exposición brinda al mundo, y con enorme regocijo, una pequeña muestra de ese alimento de los dioses” que Ecuador quiere que baje del Olimpo astronómico para ser deleite y generar bonhomía en todos los rincones del planeta.


En el siguiente enlace podrá apreciar esta exposición digital en su totalidad:  

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